por
LA MANO INVISIBLE
En setiembre
entraron en vigor los “factores de productividad”
que se aplicarán a las tarifas telefónicas
hasta agosto del 2007 y que deberían limitar
el aumento de las mismas a un promedio de 8% a 10% por
debajo de la inflación anual. Los nuevos factores
se sustentan en un informe publicado en julio pasado
en la página web de Osiptel, que aquí
comentamos brevemente. Pero más allá de
las deficiencias de ese informe, nos parece que es buena
hora para pensar seriamente en qué necesidad
hay de seguir regulando las tarifas telefónicas.
Antes de la privatización de lo que hoy es
Telefónica, en febrero de 1994, el gobierno
adoptó un nuevo modelo de regulación
tarifaria conocido como “RPI – X”,
que quiere decir que los precios de los servicios
telefónicos no deben subir, en promedio y en
un periodo determinado, en una proporción mayor
que la variación en el índice de precios
al consumidor (retail price index en inglés)
menos un factor X, que representa el aumento de la
productividad debido al avance tecnológico.
Dada la presunción de que la tecnología
en este campo avanza a pasos agigantados, se pensaba
que las tarifas telefónicas deberían
reducirse año a año en términos
reales. La fórmula RPI – X pretende emular
lo que supuestamente ocurriría en un mercado
competitivo (y que supuestamente no ocurriría
en un mercado monopolístico, supuesto que es
de suyo un error). Un aumento en la productividad
significa que hoy se puede producir la misma cantidad
de llamadas telefónicas usando una menor cantidad
de equipos, mano de obra y otros insumos que ayer
y, por lo tanto, que cada llamada se puede vender
hoy a un precio menor que el de ayer. Pero como normalmente
la productividad crece en todos o en la mayoría
de los procesos productivos, el precio de una llamada
subirá menos que el promedio de los demás
precios (representado por RPI) solamente si la productividad
crece más rápido en el servicio telefónico
que en el resto de la economía.
El
regulador irreflexivo
El informe de Osiptel desarrolla correctamente este
argumento. Sin embargo, el cálculo del factor
X resulta sesgado porque Osiptel sobreestima el crecimiento
de la productividad telefónica y subestima
el del resto de la economía. En efecto, entre
la forma como Osiptel postula la depreciación
de los equipos telefónicos y la forma como
la mide hay un brecha que lleva a subestimar la cantidad
de equipo utilizado, y esto, en un momento en que
el servicio se expande, sesga hacia arriba el crecimiento
estimado de la productividad. Por otro lado, para
establecer el crecimiento de la productividad en el
resto de la economía, Osiptel cita una serie
de estudios, cuyos resultados varían enormemente
de un periodo a otro y de un autor a otro. Osiptel
dice que va a tomar “el dato más conservador”,
pretendiendo objetividad, pero sucede que el dato
más conservador está 1.5 puntos porcentuales
por debajo del menos conservador, y 0.7 puntos porcentuales
por debajo del promedio de los estimados para el periodo
relevante. Todo lo cual indica que el factor X calculado
por Osiptel yerra en 1 ó 2 puntos porcentuales
y que una reducción de las tarifas reales en
una proporción de 6% a 8% anualmente sería
tan o más defendible que la reducción
de 8% a 10% decretada.
Pero lo más saltante del informe no es el sesgo
de sus cálculos, sino que no dice una palabra
acerca de la validez del factor X que se aplicó
entre setiembre del 2001 y agosto del 2004, mirado
retrospectivamente. Habría sido útil
que Osiptel validara su metodología de cálculo
contrastando los supuestos que usó en su momento
con la experiencia de estos tres últimos años.
A falta de una validación empírica,
nos quedamos sin saber si los métodos que utiliza
Osiptel son capaces de medir aceptablemente las ganancias
de productividad en el mundo de las telecomunicaciones
y si son o no son una base confiable para forzar una
reducción de las tarifas.
Otro tanto sucede con el cálculo del llamado
“factor m”, que representa el “excedente
económico” (o sea, las utilidades adicionales)
que supuestamente obtiene una empresa que no actúa
en un mercado competitivo. Osiptel introduce este
factor para forzar una reducción adicional
de las tarifas reales de manera que ese excedente
se elimine en el tiempo. Y, sin embargo, nos quedamos
sin saber si tal excedente realmente existe. No hay
un solo dato en el informe de Osiptel que nos lo diga.
Tampoco hay nada que nos diga si el excedente que
se asumió para la primera fijación tarifaria,
en el 2001, es consistente con las utilidades obtenidas
por la compañía regulada en los tres
años siguientes. Como el informe mismo dice,
la aplicación del factor m debería desaparecer
en el tiempo, puesto que “la convergencia de
los mercados de telefonía fija local a un equilibrio
más competitivo, tal como se espera en el futuro,
tenderá a estabilizar los excedentes económicos
de la industria en forma general y, por lo tanto,
la aplicación de la tasa de cambio del excedente
económico de operación será irrelevante
para propósitos regulatorios” (p. 22).
Habría sido útil que Osiptel comenzara
por demostrar que ese estado de cosas aun no ha sido
alcanzado.
R.I.P. para RPI
– X
En un mundo en el que la tecnología celular
está desplazando a la de redes fijas, ¿qué
sentido tiene seguir regulando las tarifas telefónicas?
La teoría económica de la regulación
de los servicios públicos, desarrollada a partir
de los años ’20 y ’30 del siglo
pasado, parte del supuesto de que dichos servicios
requieren la instalación de redes de infraestructura
fija. Como resulta costoso duplicar tales redes o,
dicho de otra manera, construir redes paralelas que
puedan competir entre sí, se los consideraba
monopolios naturales, y se llegaba a la conclusión
de que su prestación debería estar regulada
por el estado porque de otra manera los usuarios estarían
expuestos a una conducta monopolística que,
por un lado, restringiría el acceso y, por
otro, aumentaría los precios o disminuiría
la calidad o ambas cosas a la vez.
Sin embargo, la premisa fundamental de la regulación
de los servicios públicos —que son prestados
necesariamente a través de costosas redes de
infraestructura fija— no es una condición
inherente a su naturaleza, sino más bien una
característica de la tecnología prevaleciente
en cada uno de ellos. El ejemplo de las telecomunicaciones
no podría ser más claro. Desde hace
más o menos veinte años la tecnología
celular o inalámbrica ha venido aproximándose
en costos a la telefonía fija y, en esa medida,
ganándole terreno. No es impensable que en
un futuro cercano la telefonía celular desplace
completamente a la telefonía fija, y nos enfrentemos
a un mercado exclusivamente de operadores de redes
inalámbricas. Hoy por hoy, existe una competencia
entre dos tecnologías alternativas, y esa competencia
es tan efectiva como cualquier otra para inducir reducciones
en los costos y los precios al consumidor. La rápida
expansión del mercado de celulares en los últimos
años así lo atestigua. El servicio telefónico
ha dejado de ser un monopolio natural (si es que alguna
vez lo fue), y la intervención del estado en
la fijación de tarifas telefónicas se
ha vuelto innecesaria.