por
FEDERICO SALAZAR
El padre de familia debe tener
un voto sobre los maestros, y no al revés. Los
niños y jóvenes no deben seguir siendo
rehenes de la política magisterial o de la inoperancia
gubernamental.
Los maestros
no sólo reciben remuneraciones misérrimas,
sino que a esos niveles corresponden también
niveles muy pobres de calificación y dirección.
La última paralización ha tenido como
móvil la asignación presupuestal del Ministerio
de Economía y Finanzas al sector de educación.
En estimación de los maestros la asignación
es escasa y pretenden cambiar la situación a
través de la extorsión, amenazando con
dejar sin clases en el futuro a los alumnos.
Los maestros, sin embargo, tienen razón en algo.
Los recursos a la educación son exiguos en relación
a las necesidades. Pero ésta es la realidad de
todos los sectores. Si los médicos hicieran huelga
porque les parece que las asignaciones al sector salud
son muy escasas, nos quedaríamos sin atender
nunca a los enfermos.
La nueva huelga de los maestros no ha tenido un contenido
gremial, sino esencialmente político. Cabe preguntarse
cómo un grupo de presión política
tiene en sus manos el destino de la formación
de la mayor parte de alumnos del Perú.
Competencia
sindical
Las huelgas, además, pueden ser expresiones del
poder interno sobre sectores del gremio. Entre los dirigentes
se da también la competencia sindical, por la
cual gana más votos el que aparece más
“reivindicativo” o más “combativo”
que los demás. La última huelga tiene
mucho que ver con las pulseadas en el seno de la dirigencia
magisterial entre Nílver López y Robert
Huaynalaya.
Esta fase cismática del gremio explica, pues,
en parte la necesidad visceral del ejercicio del poder
sindical en el caso del Sutep. Pero, esencialmente,
esa lucha intestina y ese poder externo vienen de la
centralización del gremio educativo.
Mientras el número de matrículas en el
sector público pasó de 7,050,463 en el
2001 a 6,971,461 el 2003, el número de maestros
pasó de 285,548 el primer año a 293,524,
el año pasado. Hubo, pues, menos de 79 mil alumnos
matriculados de un año a otro, pero hubo casi
8 mil maestros más en ese mismo período.
El personal administrativo, a su turno, también
se incrementó, de 35,269 a 36,154. Menos alumnos,
pero más administrativos. Si el aumento de maestros
y administrativos se hubiera traducido en una mejora
de la calidad de la enseñanza, se podría
hablar de una inversión con resultado positivo;
si no, hay que hablar de dilapidación de los
recursos.
Según un estudio de casos del propio Ministerio
de Educación, un alumno que culmina quinto de
secundaria en el sector público ha recibido un
tercio menos de horas lectivas que su similar del sector
privado. Supera, apenas, a un alumno de tercero de secundaria
del sector privado en cuanto a horas de clase recibidas.
Otro indicador, de veras alarmante, de los resultados
de la educación en el Perú es el de la
llamada "alfabetización lectora". Este
índice explica la comprensión de textos
escritos y la capacidad de reflexión desarrollada
en torno a ellos.
Esta prueba, realizada en el 2001, mide cinco escalas
de intelección del alumno, de deficiente (1)
a avanzado (5). El primer nivel toma en cuenta un solo
criterio para ubicar uno o más fragmentos independientes
de información explícita en el texto.
El quinto nivel es el de quienes pueden ubicar y ordenar
secuencialmente múltiples fragmentos de información
profundamente incrustada en el texto.
En este nivel (5) se infiere qué información
es relevante para la tarea. Pues bien, en el caso del
Perú, el 54.1% estuvo debajo del nivel (1); es
decir, más de la mitad registró un nivel
(0) de entendimiento de un texto. En el nivel (1) se
encontró el 25.5%. Al nivel (5) sólo llegó
el 0.1% de los examinados. En los países miembros
de la OCDE se registró un 9.5% en el nivel (5)
y apenas un 6.0% en el nivel (0). En nuestra región,
México registró en el nivel (0) a un 16.1%
y Chile, al 19.9%. En el nivel (5), México pudo
aprobar al 0.9% y Chile al 0.5%. Argentina registró
un 1.7%.
De todos los países de los que hay datos comparables,
el Perú es el de mayor porcentaje con nivel (0),
de lejos, y el de menor porcentaje con nivel (5) de
alfabetización lectora.
La educación, en otras palabras, no está
funcionando. La cantidad de horas no es suficiente y
la calidad de la enseñanza es deficiente. El
caso es particularmente desastroso en lo que se refiere
a la educación pública.
Según otra encuesta, en el cuarto año
de secundaria quienes alcanzan un nivel de suficiencia
en la comprensión de textos es el 23.6%. Sin
embargo, ese es un promedio que esconde la debacle de
la educación pública. En el sector estatal
solo el 17.9% alcanza ese nivel de suficiencia, mientras
que en el sector privado, el 52.9% logra tener alguna
competencia lectora.
Todo ello habla del colapso de la educación pública
y de la necesidad de aplicar una reforma de cirugía
mayor. Un incremento de los recursos destinados a la
educación es a todas luces imprescindible. Pero
quien crea que aumentándoles el sueldo a los
maestros resuelve el problema está muy lejos
de la solución.
La reforma tiene que pasar por un replanteamiento de
la calificación y capacitación de los
maestros. Tiene que introducir en el ámbito estatal,
los mecanismos de competencia que han funcionado en
el sector privado.
El esquema basado en la centralización administrativa
y pedagógica ha fracasado. Debemos encaminar
los esfuerzos hacia una descentralización del
planeamiento y la organización. Para ello hay
que devolver a la comunidad la prerrogativa de elegir
la educación de sus hijos, devolviendo el poder
a los ciudadanos en lo que se refiere a las decisiones
relacionadas a la educación de sus hijos.
Despolitizar
y privatizar
Las escuelas deben
tener mayor autonomía, especialmente en la parte
pedagógica. Se debe terminar con los programas
oficiales de enseñanza, que plantean metodologías
muchas veces lejanas a la realidad local de las escuelas
y las familias.
El padre de familia debe tener un voto sobre los maestros,
y no al revés. Los niños y jóvenes
no deben seguir siendo rehenes de la política
magisterial o de la inoperancia gubernamental.
Hay quienes plantean que la escuela misma ha llegado
a su fin, tal como la conocimos en los siglos XIX y
XX. Sin necesidad de llegar tan lejos por ahora, es
definitivo que la educación pública en
el Perú está en bancarrota y que rescatarla
no supone solo dotarla de recursos, sino también
y sobre todo despolitizarla y devolverla a los padres
de familia, de quienes la han sustraído ciertas
dirigencias sindicales.
Los padres de familia tienen derecho a decidir sobre
la educación de sus hijos. Solo falta darles
la oportunidad y la diversidad. Esa oportunidad y esa
diversidad no las puede dar el sector público.
El Estado no es un buen educador porque el monopolio
no es un buen sistema para educar. La centralización
sindical del magisterio tampoco es una solución,
por exactamente las mismas razones. Por eso es imprescindible
plantear una reforma de privatización de la educación,
de descentralización y despolitización
de la misma. Mientras se mantenga el esquema monopólico
estatal, poco se podrá avanzar.
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