por FRITZ DU BOIS
El régimen de pensiones públicas de
la 20530 es absurdo por sus excesivos beneficios y
anacrónicas condiciones. Este dorado sistema
permite que sus jubilados sean los únicos en
el mundo que reciban exactamente lo mismo que el trabajador
activo en el último puesto que ocuparon. También
tiene el machista condicionamiento de otorgar generosamente
a viudas e hijas solteras el 100% de la pensión,
pero siempre y cuando no se casen, a fin que el empleado
público se vaya tranquilo a la tumba. Esto,
sin embargo, lo convierte en la practica en el más
abierto incentivo financiero a la “vida en pecado”,
ya que formalizar cualquier futuro compromiso les
significaría una considerable pérdida
de ingresos.
Mentiras
con gancho
La falta de voluntad por cerrar la 20530 mal disimulada
por supuestos cuestionamientos técnicos a la
reforma constitucional por parte de los beneficiarios
de la Cédula Viva en el Congreso o de los correligionarios
de muchos otros ya jubilados -los cuales representan
la crema y nata de esta privilegiada población,
ya que de 503 pensionistas que ganan más de
S/. 8,000, el 60% son ex congresistas- ha vuelto ha
poner en evidencia a un Estado que se auto-otorga
insostenibles beneficios con la despreocupada actitud
de aquel que sabe que el problema lo tendrá
otro. En este caso, el pobre contribuyente a quien
le pasan siempre la factura final por los irresponsables
actos que realizan los gobernantes de turno.
En el Perú,
de tanto repetirse constantemente mentiras y medias
verdades, la gente termina creyéndolas. Como,
por ejemplo, el que la carga tributaria sea baja cuando
tenemos tasas que son más altas que las europeas
como el Impuesto a la Renta de 33%, el IGV de 19%
y el ISC a los combustibles. Sin embargo, los servicios
públicos en el Perú son de calidad haitiana,
que dicho sea de paso es el único país
en toda Latinoamérica al que superamos en educación
pública. De cualquier manera, estamos camino
a corregir esta última situación, ya
que con la perseverancia del Sutep para impedir la
evaluación de profesores, negar cualquier posibilidad
de incentivar al creativo o al esforzado y seguir
politizando el sector, muy pronto hasta Haití
nos superará y ocuparemos el primer lugar…
al final de la tabla.
Otra mentira
que se repite con insistencia es aquella que dice
que el Estado peruano es pequeño. En realidad
con la enorme informalidad que existe en nuestro mercado
laboral - que lleva a que de 12 peruanos en edad de
trabajar, sólo 4.5 tengan empleo formal y de
éstos últimos, 1.5 trabaje para el Estado-,
significa que por cada peruano y medio que está
pagando impuestos en una planilla privada formal,
hay un burócrata al cual sostener. Ese ratio
de trabajadores públicos versus privados no
se da en ninguna parte del mundo; ni siquiera se dio
en el peor momento de la Unión Soviética.
La última batalla
Pero la más clara
representación de la insaciable gula estatal
la da la mala utilización que hacen los gobiernos
de los recursos públicos. Ya no solamente los
pocos contribuyente que existimos aguantamos una excesiva
carga tributaria sin recibir absolutamente nada a
cambio, sino que la situación solamente puede
empeorar, ya que el gasto está cada día
más concentrado en planillas, habiendo el Estado
prácticamente abandonado toda inversión.
Como resultado, dentro de pocos años, el 100%
de nuestros impuestos irá a parar exclusivamente
a financiar la burocracia estatal, la cual el día
que no pueda exprimirnos más, recurrirá
a algún otro mecanismo de extorsión
o intentará revertir el rol empresarial estatal
para ampliar su control sobre la economía y
de esa manera agenciarse recursos adicionales.
El debate
para cerrar la 20530 no es un tema únicamente
fiscal ni se trata sólo de intentar corregir
la inequidad previsional. Es la última y vital
batalla antes del colapso total del aparato estatal.
Si se logra ganar, se daría un paso fundamental,
ya que sería el primer desprendimiento que
harían nuestros insaciables gobernantes a seguir
consumiendo los escasos recursos de los ciudadanos.
Con ello se les daría a los peruanos una esperanza
de seguir repitiendo esta hazaña y si bien
es mucho esperar el poder contar algún día
con un Estado eficiente, equitativo y económico,
al menos iríamos en el camino correcto para
uno más pequeño; y cuanto más
pequeño, mejor. Por otro lado, de perderse
la batalla, se consolidaría la tradicional
tendencia a la gula hasta la tumba de nuestro Estado.
En ese caso sólo nos quedaría el exilio
de la informalidad, que sería al final de cuentas
la única manera de aspirar a lograr una absoluta
libertad.